Rusia y Reino Unido: las cosas siempre pueden ir a peor

El 2 de mayo el ministro británico de Asuntos Exteriores, David Cameron, viajó a Kiev y no se mordió la lengua. Dijo que su gobierno apoyaba los ataques que las fuerzas ucranianas podrían llevar a cabo en suelo ruso utilizando armas británicas: “Ucrania tiene todo el derecho a tomar represalias contra Rusia. Ucrania tiene ese derecho”, declaró, respondiendo a la petición de un periodista de que aclarara los ataques “dentro de Rusia”.

Hasta entonces los diplomáticos occidentales siempre habían criticado, de puertas afuera, ese tipo de ataques que nada aportan a la victoria de Ucrania en la guerra y, sin embargo, pueden provocar una escalada.

Pero desde el primer minuto Rusia ha mantenido las riendas de la guerra en sus propios manos y, hasta ahora, no se ha dejado llevar por la retórica de sus adversarios ni tampoco por sus provocaciones, sobre todo cuando proceden de los bocazas y charlatanes que proliferan a las cancillerías occidentales.

Cuatro días después de las declaraciones de Cameron, el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso citó al embajador británico en Moscú, Nigel Casey, para advertirle verbal y por escrito contra ese tipo de provocaciones, a la manera diplomática tradicional.

Naturalmente, el contenido de la reunión no se conoce, pero es muy fácil adivinarlo: la respuesta a los ataques ucranianos con armas británicas en territorio ruso podría tener como objetivo “cualquier instalación y equipo militar británico en territorio ucraniano y más allá”.

Como es evidente, la palabras clave era “más allá”.

Pero puestos a responder con la misma moneda, el ejército ruso anunció al mismo tiempo que, por orden de Putin, iba a llevar a cabo pruebas nucleares tácticas, tras las “declaraciones provocativas y amenazas de ciertos dirigentes occidentales contra Rusia”.

Los medios de intoxicación actuaron como tienen por costumbre, fuera de contexto, diciendo que Putin amenzaba con el empleo de armas nucleares.

Por su parte, el gobierno de Londres sigue en su línea de toda la vida, fiel a sus costumbres y tradiciones, y desliza la existencia de una “pista rusa” en un incendio en unos almacenes comerciales en las afueras de Londres, algo que es tan viejo como el incendio del Reichstag por parte de los comunistas en el Berlín de 1933.

No hay mucha imaginación en la intoxicación mediática de siempre, donde políticos y periodistas van de la mano para envenenar a la población y mantener la cuerda bien tensa.

Al mismo tiempo, el jefe del Ministerio de Interior británico, James Cleverly, anuncia la expulsión del agregado militar de la embajada rusa en Londres y Cameron, por su parte, sigue en su línea. Anuncia que su gobierno estaba considerando eliminar el estatus diplomático de algunas instalaciones de propiedad rusa en Reino Unido e introducir restricciones a los ciudadanos rusos que reciban visas diplomáticas.

También denunció “actividades maliciosas” y espionaje por parte de Rusia.

En Moscú vuelven a responder con la misma moneda. Unos días después citan en la plaza Smolenskaya a un representante de la misión diplomática británica y no sabemos lo que hablan, pero es fácil adivinarlo: el agregado de defensa de la embajada británica en Moscú, Adrian Coghill, es declarado persona non grata y tiene que abandonar el territorio de Rusia en el plazo de una semana.

Por parte rusa, las notas oficiales añaden que la reacción a las medidas hostiles anunciadas por Londres a principios de mayo no se detendrán ahí.

Es evidente. Seguirán tensando la cuerda y provocando cuanto puedan.

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